Uno renace intuyendo que es necesario reanudar la marcha, restaña heridas del alma, hace el inventario de penas y alegrías, acomoda la carga, acude a la vida que regala la palabra con atuendo de poesía, alumbra nuevas esperanzas acunadas por recientes sonrisas. Uno se levanta, pone a secar la lluvia de ayer en el tibio sol de la mañana, observa como cobra forma de nube trepándose a un cielo azul, a sabiendas que un día la fecundará un rayo para ser, una vez más, aguacero o borrasca, en ese circular modo de andar que nos pondrá de cara al siguiente renacer...
A veces las palabras no están, uno las busca afanoso, muchas se ocultan caprichosas en una vieja canción, sin embargo saben que inevitablemente serán descubiertas porque fuimos esa canción, otras corren veloces, no quieren ser alcanzadas para no quedar en evidencia de que son respuesta más que pregunta, hay algunas muy cubiertas de polvo, con forma de rencor, agazapadas detrás de ese muro que el tiempo construyó, entonces, cuando crece la desesperación al ver las letras del teclado yacer indiferentes, uno se subleva, cambia teclas por pluma, moja a esta en la sangre fluente de todas las heridas aún abiertas, ahí si brotan ellas, robusta esperanza, horizonte visible, mostrando cómo aquella canción tuvo sentido, perdiendo el miedo a ser respuesta, soplando el polvo, endulzando rencores y uno puede empezar a tallar sobre su propia piel el comienzo de la historia que falta, la que todavía está por escribirse...