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Renacer

Uno renace intuyendo que es necesario reanudar la marcha, restaña heridas del alma, hace el inventario de penas y alegrías, acomoda la carga, acude a la vida que regala la palabra con atuendo de poesía, alumbra nuevas esperanzas acunadas por recientes sonrisas. Uno se levanta, pone a secar la lluvia de ayer en el tibio sol de la mañana, observa como cobra forma de nube trepándose a un cielo azul, a sabiendas que un día la fecundará un rayo para ser, una vez más, aguacero o borrasca, en ese circular modo de andar que nos pondrá de cara al siguiente renacer...
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Las palabras ocultas

A veces las palabras no están, uno las busca afanoso, muchas se ocultan caprichosas en una vieja canción, sin embargo saben que inevitablemente serán descubiertas porque fuimos esa canción, otras corren veloces, no quieren ser alcanzadas para no quedar en evidencia de que son respuesta más que pregunta, hay algunas muy cubiertas de polvo, con forma de rencor, agazapadas detrás de ese muro que el tiempo construyó, entonces, cuando crece la desesperación al ver las letras del teclado yacer indiferentes, uno se subleva, cambia teclas por pluma, moja a esta en la sangre fluente de todas las heridas aún abiertas, ahí si brotan ellas, robusta esperanza, horizonte visible, mostrando cómo aquella canción tuvo sentido, perdiendo el miedo a ser respuesta, soplando el polvo, endulzando rencores y uno puede empezar a tallar sobre su propia piel el comienzo de la historia que falta, la que todavía está por escribirse...

Primera cita

Aceptar nuevamente el convite de la vida para intentar llevar adelante la tarea de escribir ha sido sin duda una de las buenas decisiones que recuerdo haber tomado. En estos días, luego de un intenso derrotero, he arribado a un mirador en el camino que me entrega una clara retrospectiva de lo andado y además, al dirigir la vista hacia adelante, descubro que estoy en lo que es el mejor sitio del desarrollo de la escritura: el último capítulo, el puerto de desembarco en el final de una historia. Es a esta altura cuando se avizora la culminación de una labor en la que uno fue tallando el relato a esforzados golpes de inspiración y emoción. Entonces uno se solaza con ello, es en ese instante en el cual los personajes alumbrados están rebosantes de vida, ansiosos por hablarle a quienes los leerán, en donde uno comienza a engalanarlos tratando de ponerlos de punta en blanco, deseando que estén impecables para su primera función, a saber: la primera cita con sus lectores.

Cruzar el páramo

Los sueños siempre van a estar allá, en el horizonte cotidiano, esperando. Acá, de este lado, están las decisiones. En habitual paradoja, estas se pueden cubrir de cordura, que es el traje con el que a veces las convenciones maniatan los legítimos anhelos. Puede a lo mejor ocurrir que las mismas se vistan del absurdo de esperar que sean los sueños los que vengan, y que aún a sabiendas de que esto no sucederá se aguarde permanentemente bajo la sombra de esa excusa que es el destino. Pero también puede rasgar ese ropaje la rebeldía, que es la desnudez con la que en ocasiones la determinación cruza el páramo para ir en busca de los sueños. Esto probablemente no garantice alcanzarlos; tal vez, lo verdaderamente importante, sea haber decidido ir tras ellos, ejerciendo el arte de honrar nuestras ganas.

Vigilia

Al compás de las letras en vigilia, intentamos ser lo que nos pedía la piel urgente de la época y el entusiasta clamor de nuestros sueños. Tal vez, lo importante sea que, a pesar del pellejo malherido por tantos confiscadores de ideales, el clamor es el mismo y diariamente renovamos el intento, acompasados por la palabra urgente.

Rima final

La noche envuelve el apesadumbrado andar de Rolando mientras camina sobre el curso que en el empedrado trazan las vías muertas; sabe que al final de las mismas encontrará el muelle y allí la silueta del cafetín del puerto: ese lugar en el que hace tiempo busca una salida. Al llegar, lo recibe el sonar de un bandoneón, acompañado por su melodía se dirige hacia una de las mesas. Una vez sentado inicia el ritual de siempre, saca del bolsillo unas arrugadas hojas y comienza a garabatear en las mismas la letra que no consigue terminar, busca infructuosamente inspiración con la mirada fija en el ventanal: a través del mismo advierte la tenaz lucha entre el faro y la bruma. Masculla una bronca profunda mientras procura encontrar la palabra que rime con angustia. Veterano en estrenar fracasos sabe que nunca estrenará ese tango con el que pretende expresar su dolor, vuelve la vista hacia afuera y advierte que el faro ha perdido la batalla, apura el trago y se levanta: el bandoneón sigue sonan...