Cuando digo setenta, una macilenta flor se
debate entre las grietas de un hoy tan presagiado y sobre la mesa de este
juego, en patético recodo, un sueño herido golpea a dos bandas, de su herida
brotan los imaginarios acordes de un soñador, en tanto, una inútil mímica
pretende representar el absurdo esfuerzo de un tren sin vías mientras, en la
última estación de un subterráneo, se refugia una esperanza perseguida por una
jauría, en el telón del olvido se proyecta la imagen de una virgen atea que ofrenda
su vida arrojándose al paso de un recuerdo y afuera, la sombra de una utopía se
desmaya sobre las baldosas de la plaza mientras la sobrevuela una paloma negra.
Entonces, un rayo ilumina la tragedia hasta que suenan truenos, un temporal
desata toda su furia, el torrente de la lluvia limpia el cielo que sí existe y
riega el retoño de una flor roja que sonríe, cuando digo setenta.
Soy un heterónimo, algo así como un río, unas veces confluente y otras afluente, pero siempre en busca de la desembocadura.
Comentarios
Publicar un comentario